Es bien sabido por todos y
cada uno de los españoles que nuestro tan querido (y difícil de conseguir)
estado del bienestar está desapareciendo. Lo oímos en la radio, lo vemos en la
tele, lo comentamos en el trabajo, sabemos que nos están quitando aquello que
tanto costó conseguir en su día. Privilegios dirán unos, necesidades básicas
clamarán otros.
A pesar de todos los flancos
que han sido heridos del estado de bienestar (educación, empleo, derechos
sociales…), esta vez quiero centrarme en la Sanidad. El proyecto de
privatización de la sanidad pública (que por suerte no llegó a producirse) nos
golpeó como un mazazo. Hay cosas esenciales con las que no podemos jugar, una
de ellas es la vida de las personas. No podemos creernos dioses (como algunos
políticos pretenden erigirse) y decidir quiénes pueden ser tratados por los médicos
y quiénes no por algo tan frío como el dinero. La sociedad se ha constituido de
una manera tan superficial que hasta la vida de las personas parece comerciarse
por unas monedas. Por supuesto que los servicios sanitarios no crecen de los
árboles y es necesario pagar por ellos, pero tantos años de sanidad pública nos
han hecho ver que este modelo es posible.
En resumidas cuentas, la
privatización no llegó a producirse, pero en la guerra entre políticos y
ciudadanos quedaron heridos. Estos heridos son los hospitales cerrados, la
gente despedida… Para darse cuenta del duro golpe que ha sufrido la sanidad
solo hay que acudir a alguno de los hospitales públicos que sigue habiendo en
pie. El personal se ha reducido de manera drástica: las actividades en el
hospital (como el traslado de los enfermo de ala en ala por los celadores) se
han ralentizado porque la cantidad de gente que hay no es suficiente para los enfermos
que reciben. Los días de fiesta el hospital se queda en las últimas,
prácticamente, queda el personal indispensable (e incluso menos del mínimo)
para atender a todos los ingresados. ¿La culpa? Los recortes. Esa palabra que
tan acostumbrados a oír estamos se ha materializado en tantos sectores de
nuestra sociedad que hasta es difícil contabilizarlos, lo que sí es fácil de
ver son aquellos derechos que han ido desapareciendo o disminuyendo a medida
que pasaba el tiempo.
Puede que la sanidad no haya
acabado por privatizarse y que ello sea una buena noticia de la cual alegrarse,
pero también tenemos que tener en cuenta todo lo que ha ido desapareciendo por
el camino. Los mismos políticos que acuden a la sanidad privada para sus
operaciones o revisiones, recortan en la sanidad pública, la única que puede
permitirse la mayoría de las personas. Muchos de ellos deberían recordar que
con la vida de una persona no se juega.